Imagen: Kevin Russ
Aprender un oficio supone que unas manos nuevas y la cabecita que las mueve se sumergen en una técnica que han desarrollado otras miles de manos, dejando dentro su experiencia.
Ese aprendizaje y nuestro aporte son quizás dos de las cosas que convierten nuestra rutina diaria de estar sentados delante de una mesa en algo muy valioso.
Quizás parezca que sólo adquirimos algo sencillo, algo puramente mecánico, cómo si copiaramos la ejecución de una maquina. Tareas mecánicas aprendidas a través de la experiencia, a las que a veces dotamos de una sencillez que hacen que parezcan fáciles para cualquiera.
Pero en realidad, son mecanismos a los que estamos añadiendo características humanas, a veces casi sin querer. E incluso en pocas ocasiones, y de esto si que sólo tienen la suerte unos pocos. conseguimos incorporales nuestra imaginación...
Cada pequeño detalle contiene al artesano.
La edición de la música es una de esas artesanias. Pero para verla, tenemos que olvidarnos de su industralización, esa que creo un sistema injusto e ilógico que está a punto de hacerla desaparecer.
Pero las partes pequeñas de este trabajo están llenas de hermosos escondites donde alguien se entretiene: El cuidado de la grabación, el formato, el empaquetado y por último la distribución.
En la grabación, cuidar el estudio, donde quizás tiene su vivienda un técnico de sonido, capaz de hacer que no se escape ni la respiración de los artistas. Un estudio con recuerdos, testigo de múltiples maravilllas. Una caja de sonido gigante, el juguete soñado...
Después la producción. Una sencilla corrección ortográfica de sonidos o un collage preciso con lo grabado.
Y para hacerlo todo realidad, palpable, el formato. Ese mismo que empezó con la edición en discos de vinilo de tan sólo tres pistas, que luego pasaron a tener dos caras y casi 8 canciones... Sin embargo la tranquilidad y la paciencia se diluyeron como rasgos nuestros, y colocar la aguja para algunos suponía demasiada tarea para sacar sonidos de un cacharro...
Así nacieron los veloces reproductores digitales y con ellos los Cds, de 80 o 90 minutos de duración. Unos discos de policarbonato de plástico, de 12 milimetros en vez de pulgadas, que en cierta manera conservavan la magia de guardar toda la música en algo que con mirarlo no te descubría todos sus secretos. Y ahora por último, el mp3, un archivito digital que parece como si consiguiera borrar toda huella artesanal.
Como desaparece el arte del disco. El de esas portadas a través de las cuales casi se podría dar una clase de historia del arte moderno y que suponían un reto a veces para los músicos, u otros artistas a los que les encantaba el reto de contener en una sola imagen, el concepto de minutos y minutos de grabación.
Y por fin la distribución. Una distribución que es ahora de pequeños mp3 a través de mimarlos en las redes sociales, más que conseguirles un espacio en las estanterías de esas pequeñas tiendas de Cds llevadas por algún tendero o tendera, cuya única pasión fuera la música...
Por lo tanto parece que crear a día de hoy un sello discográfico es cómo la aventuras de la imaginación de algún suicida. Aunque nosotros preferimos verlo como a un artesano que se esconde en su taller para conservar este oficio que nunca deberia desaparecer.
Y para el oyente, las etiquetas continúan siendo verdaderos tesoros: un catálogo de artistas que elaborado con mimo, es quizás uno de los mejores sitios en los que buscar nuevos sonidos.
Y aquí es donde está la tarea del editor más sofisticada, la búsqueda de artistas, el descubrimiento, y la creación de una linea editorial, personal, que acaba creando uniones maravillosas bajo el mismo sello. Un sello de errores, aciertos, piruetas, suertes y cuidados a los artistas para que ellos procuren preocuparse sólo de lo más importante: la música.
Y como ejemplo os presentamos a Bella Union. Un pequeño sello discográfico que se define como un cuento, como algo pequeño.
Creado por un grupo llamado Cocteau Twins, ya desaparecido, para autoeditarse, el sello aún resiste. Una etiqueta que como declaran sus fundadores, Simon Raymonde y Robin Guthrieno, no busca ser simplemente un listado de bandas de las que se han conseguido la firma con técnicas inconfesables, sino más bien una casa donde se guarda música. Y ¿qué tipo de música?
Descubrir a estos artistas es como una invitación a sentarte en la alfombra junto al tocadiscos, con calma, mientras almuerzas, tomas café, duermes la siesta y te despistas con la hora y tienes que quedarte a dormir... Te lo dejamos en Spotify.
Our broken garden
Laura Veirs
John Grant
The Low Athem
Peter Broderick
Además Bella Union te deja entrar en el estudio a ver el proceso de grabación, un lujo que hasta ahora habiamos compartido con Nigel Godrich. Aquí puedes ver al genio Peter Broderick grabando su último Ep al completo.
Otros artistas del sello de los que ya hemos escuchado algún sonido: Midlake, Phil Selway, Andrew Bird...
Quizás todo esto se acabe perdiendo para siempre por la autoedición, de la que intentaremos hablar algún día